Los ministerios son un misterio.
¿Cómo se explica que las personas que lideran cada una de las ramas del árbol
del Estado sean sistemáticamente las menos aptas y las menos capaces?, ¿cómo se
explica que las autoridades sean las voces menos autorizadas?, ¿cómo se explica
que los puestos de mayor responsabilidad recaigan siempre en los más
irresponsables? Los cargos, eso sí, están exentos de cargo de conciencia. Para
ser ministro no hace falta saber hacer, sino saber ignorar; no hace falta saber
decidir, sino saber escurrir el bulto; no hace falta ser competente, basta con
ser mezquinamente competitivo. Un
texto muy breve de El sentido disidente
de la fábula ilustra este sinsentido:
Dime de qué presumes y te diré de qué careces
Es ministra de Agricultura alguien
que nunca ha plantado una semilla.
Es ministro de Trabajo alguien que
en su vida ha dado palo al agua.
Es ministro de Hacienda alguien que
defrauda.
Es ministra de Servicios Sociales
alguien que los privatiza.
Es ministro de Cultura alguien que
jamás ha leído un libro.
En otro orden de cosas –aunque
sin abandonar el ámbito de las parcelas en las que se divide el poder del
Gobierno como si fuesen las porciones de una tarta–, no parecen menos
significativas la tergiversación y las tretas mediante las que bautizamos a
estos departamentos.
Al Ministerio del Embrutecimiento lo
llamamos «Ministerio de Educación».
Al Ministerio del Desempleo lo
llamamos «Ministerio de Trabajo».
Al Ministerio de la Ignorancia lo
llamamos «Ministerio de Cultura».
Al Ministerio del Abuso lo llamamos «Ministerio
de Justicia».
Al Ministerio de la Enfermedad lo
llamamos «Ministerio de Sanidad».
Al Ministerio del Hambre lo llamamos
«Ministerio de Alimentación».
Al Ministerio de la Parálisis lo
llamamos «Ministerio de Fomento».
Al Ministerio de la Desertización lo
llamamos «Ministerio de Medio Ambiente».
No es casual, si asumimos el lavado
de cara con el que afrontamos cada tarea en la era de la apariencia y la
necesidad de buena prensa, que el Ministerio de la Guerra –que así se denominó
al área militar en España desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo
XX– se llame hoy en día «Ministerio de Defensa».
En la imperecedera novela 1984 –cuya trama parece más vigente y nos
resulta más tristemente familiar con el paso de los años–, George Orwell nos
puso sobre aviso. En la novela de Orwell, el partido único Ingsoc está formado
por cuatro tentáculos: el Ministerio del Amor, encargado de infligir dolor; el
Ministerio de la Paz, responsable de librar la guerra; el Ministerio de la
Abundancia, dedicado a perpetuar las carencias; y el Ministerio de la Verdad,
que se ocupa de borrar el pasado y reescribirlo a su antojo. Si George Orwell
levantase la cabeza, se llevaría una sorpresa: 1984, más que una obra de ficción, es ya un ensayo histórico o un
libro de texto.