Vivimos tiempos en los que,
paradójicamente, los números tienen la última palabra. Pero los números cuentan
lo que les interesa. Callan más de lo que dicen y ocultan más de lo que
enseñan. Los expertos que los manejan e interpretan los tienen bien amaestrados.
La estadística, disciplina que pretende medir el abanico infinito de las
actividades humanas, es el disolvente que finge disminuir la concentración de
la desigualdad y el maquillaje que tapa las arrugas de las caras avejentadas
por el dolor y la derrota.
Me gustaría
inaugurar este blog, que nace con el propósito de dar a conocer mis creaciones
literarias, compartiendo uno de los textos que componen El sentido disidente de la fábula.
Estadística
Stalin dijo: «Una muerte es una
tragedia. Un millón de muertes es pura estadística».
La estadística está para eso: para
aniquilar las particularidades, para diluir los rostros en las cantidades.
También se encarga de engañar a los números y desperdigarlos. Tiene el
monopolio del promedio: el disfraz que mejor disimula que la fortuna se arrima
al sol que más calienta y que los males tienen por costumbre cebarse con los
mismos.
Donde hay desigualdad, la
estadística iguala.
Donde hay descompensaciones y
desequilibrios, la estadística manipula la balanza.
Donde hay agravios y atropellos, la
estadística borra las pruebas.
No es que la estadística se olvide
de las injusticias. Más bien, todo lo contrario. Su deber pasa por vacunarnos y
hacernos inmunes a ellas.
Por algo la estadística responde al
nombre de ciencia del Estado.
Eduardo
Galeano, maestro al que admiro profundamente y cuyas reflexiones rescataré con
frecuencia, escribió: «En economía,
lo que parece nunca es. La buena suerte de los números tiene poco o nada que
ver con la dicha de la gente. Supongamos que existe un país de dos habitantes.
El ingreso per cápita de ese país, supongamos, es de 4.000 dólares. Ese país no
estaría, a primera vista, nada mal. Pero resulta que en realidad uno de los dos
habitantes recibe 8.000 dólares y el otro, nada. Y ese otro bien podría
preguntar a los entendidos en las ocultas ciencias de la Economía: “¿Dónde
puedo cobrar mi ingreso per cápita? ¿En qué caja lo pagan?”».
Eduardo
Galeano, Ser como ellos y otros artículos
Enhorabuena por LA VOZ AMBULANTE, nueva ventana a la realidad que nos acoge o nos aniquila, y ante la que no podemos quedarnos impasibles. Un abrazo.
ResponderEliminarAntonio Capilla
http://lavozquenadieapaga.blogspot.com.es/
Me gusta este formato de comentar algo de actualidad y luego crear la reflexión a partir de procedimientos literarios. Bienvenido al mundo de los blogs.
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